Por: Juan Manuel Danza
¡Adiós querido Lole! Hoy falleció él, Carlos Alberto Reutemann, uno de los dos mejores pilotos argentinos de toda la historia. Pero como todos los grandes en nuestro país, el santafesino sufrió la falta de reconocimiento típica por una parte de la exitista sociedad argentina. Alguien que mereció más reconocimiento y, sobre todo, respeto, como el que le faltaron en su último día de vida medios que se adelantaron a anunciar su muerte sin chequear la información y que su propia hija tuvo que salir a desmentir. Se fue Lole y se lo va a extrañar.
Para muchos se fue el último gran ídolo que dio el automovilismo argentino a nivel internacional, pero para muchos otros, esos que abundan por estas latitudes, se fue “un subcampeón”, como si ser subcampeón del mundo fuese algo para desmerecer. Pero si acá se critica y menos precia a un tal Lionel Messi por no ganar un mundial de fútbol, qué podría quedar para los simples mortales?
Lole no fue un número más entre los cientos de pilotos que llegó a correr en la F1. Él fue de los pocos que se dieron el gusto de festejar victorias sino que hasta se dio el lujo de poder pelear por un título del mundo. Uno que merecía y que le fue esquivo por distintos factores, pero no precisamente por falta talento y mucho menos de personalidad.
Como pasa generalmente, el reconocimiento merecido llega tarde (o a veces ni llega). Lole marcó a una generación de fanáticos, dejó su huella con esa sonrisa impecable, digna de un galán de Hollywood, pero especialmente gracias a un talento nato mezclado con un profesionalismo más que necesario para destacarse en la máxima categoría a nivel mundial. En esa época (para muchos la época dorada de la F1) no se llegaba por tener plata, por ser hijo de algún millonario excéntrico. Y mucho menos se llegaba a correr en los mejores equipos del mundo si no se era de los mejores. Y Lole fue de los mejores. Compitió de igual a igual, y muchas veces les ganó, a pilotos como Lauda, Peterson, Hunt, Villeneuve, Fittipaldi, Stewart, Peterson, Prost y muchos más. Corrió par Brabham, Lotus, Ferrari y Williams. Lole manejó para las mejores escuderías de la época y algunos se daban el lujo de criticarlo. Lo que daríamos hoy en día por volver a ver un piloto argentino corriendo en la F1, aunque sea en los equipos más débiles.
Hoy se fue un rebelde, aquel que rechazó una orden de equipo (quedará en la memoria de todos el cartel “Jones-Reut” que le ordenaba dejar pasar a Alan Jones, su compañero en el equipo Williams, en el GP de Jacarepaguá, Brasil) porque era un ganador. Se fue alguien que se dio el lujo de subir al escalón más alto del podio en circuitos míticos como Montecarlo, Nürburgring o Brands Hatch. El hombre al que en 1981 el público que se acercó al autódromo de Buenos Aires le cantó el feliz cumpleaños mientras él festejaba su segundo lugar en el GP argentino. Un GP del que le quedó la espina para siempre cuando en 1974 parecía que se quedaba con la ansiada victoria hasta que en la última vuelta se quedó sin combustible y todo fue desazón para el público argentino que contó con el presidente Juan Domingo Perón en el palco.
Pero Lole no sólo se destacó en la F1, como si fuera poco, en 1985, tres años después de su retiro, finalizó 3º en el Rally de Argentina a bordo de un Peugeot 206 Turbo 16 del equipo oficial.
Sus doce victorias, 6 poles y 45 podios en sus 146 GP disputados en la F1 son sólo números que reflejan, en parte, lo que fue el piloto argentino más destacado después de Juan Manuel Fangio. Cómo si eso fuera poco. Adiós, Lole. Gracias por tanto.
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